Hay algo que hace tiempo me viene haciendo mucho ruido, y me enoja bastante: ¿por qué cada vez que una mujer se mete en política el sistema —o mejor dicho, los hombres que lo manejan— parece querer empujarla para afuera? Y no hablo de meterse a través de marchas —que también es válido—, hablo de meterse de verdad, con poder, con presencia, con decisión, sin miedo. Meterse con todo.
Cada vez que esto pasa empieza una especie de “operación destierro”. No me refiero a críticas o debates. Hablo de persecución. De desprestigio. De violencia mediática, judicial, simbólica. De acusaciones que a un hombre jamás se le harían.
De un odio que no siempre tiene argumentos, pero tiene una única justificación: ser mujer.
Como si en pleno siglo XXI, hubiera todavía algo imperdonable en que una mujer quiere poder. Como si por el solo hecho de animarse a ocupar ese espacio, se convirtiera en enemiga pública. O peor todavía: en amenaza.
Será que tienen… ¿miedo?
Porque claro, nos usan para dar ese toque feminista en las campañas, para ganar el voto de la mujer pero después… arreglátelas como puedas, nosotros vamos a hacerte la vida imposible. ¿Por qué? Porque el que manda acá es el hombre. Se llenan la boca de nosotras, pero cuando es momento de hacerse cargo y ceder un poquito el poder, nos escupen como chicle masticado al que se le fue el sabor.
Me tienen H-A-R-T-A.
Pero claro, ahora va a saltar alguno con masculinidad frágil a decirme “is mintiri” —parece chiste, pero es anécdota—, así que por eso, voy a pasar a darles ejemplos, porque en la facultad me enseñaron que todo lo que se dice se tiene que sustentar.
“Evita”
María Eva Duarte, más conocida como Eva Perón o simplemente “Evita” es, en mi opinión, la mujer más importante y más influyente de la historia argentina.
Nació con todos los astros en contra: mujer, pobre e hija ilegítima en una Argentina que castigaba cada una de esas cosas con desprecio. Pero si hay algo con lo que no nació es con ganas de quedarse callada.
Era actriz, y eso ya bastaba para que la élite la mirara con asco. Pero cometió un pecado aún más imperdonable: se enamoró de Juan Domingo Perón y decidió meterse en la política, un mundo donde las mujeres solo servían para aplaudir desde la galería o hacer de esposas decorativas. Evita no aceptó ninguno de esos roles.
Con ella existe una particularidad: o la aman, o la odian. Así, no hay punto medio.
Desde la Fundación Eva Perón, construyó hospitales, hogares, escuelas, entregó máquinas de coser, colchones, prótesis. Pero nada de eso era noticia. Lo que ocupaba las tapas de los diarios era su ropa, sus joyas, sus gestos “histriónicos”, su tono de voz.
La llamaban “la yegua”, “la resentida”, “la actrizzuela”. No soportaban que una mujer pobre tuviera poder, ni que hablara con la gente sin intermediarios, sin protocolo, con lágrimas, con bronca, con amor.
Evita decía lo que pensaba y no pedía perdón por hacerlo. Eso no se perdona fácilmente.
Gracias a ella —y a otras mujeres que se unieron a la causa—, las mujeres argentinas votaron por primera vez en 1951. Ella no sólo impulsó esa ley, sino que organizó, recorrió el país, creó el Partido Peronista Femenino, formó lideresas, hizo lo que ningún político había hecho por las mujeres.
Y cuando se propuso ser vicepresidenta, el país estalló. Decían que una mujer en ese lugar era un “riesgo institucional”.
—Su historia es muy interesante, y si quieren indagar más hay miles de videos y biografías de ella en distintas plataformas, los libros de Felipe Pigna son increíbles—
Pero no quiero seguir indagando en sus logros políticos, y todo lo relatado era para ilustrar cómo los esfuerzos de las mujeres son en vano cuando de encantar a una sociedad machista se trata. ¡Ojo! Que si todas estas cosas las hubiera hecho un hombre… ¡Man of the year! ¡Nuestro salvador!
Para la sociedad nunca fue suficiente todo lo que Evita hizo por la sociedad, igual la trataron de zorra por “meterse donde no debía”, es decir, en la política.
¿Y saben qué es lo más triste de todo?
Cuando murió a sus 33 años, Perón pidió que embalsamaran su cuerpo. Pero cuando los militares lo derrocaron, secuestraron su cuerpo, lo mutilaron, lo violaron, lo exiliaron por más de 15 años. Ni siquiera muerta Evita pudo descansar en paz. Hoy está enterrada en el Cementerio de la Recoleta, la primera vez que lo visité no pude evitar que se me llenaran los ojos de lágrimas. Su tumba siempre está llena de flores.
“Isabelita”
Una mujer bastante polémica. Isabelita no fue Evita. Y eso, quizás, fue su primera condena.
Mientras Evita nació en la pobreza más cruda y trepó con furia hasta el poder, Isabelita fue más silenciosa, más obediente, más fantasmal. Dicen que no hablaba mucho, que era discreta, casi invisible. Pero la historia la empujó a un lugar que nadie —ni ella— imaginó: la primera mujer presidenta del mundo.
Cuando Perón volvió del exilio en 1973, ya no era el líder carismático de los años 40: estaba cansado, viejo y enfermo. Pero volvió de la mano de ella, de Isabelita, su tercera esposa, bailarina, callada, educada en la obediencia.
Cuando fue elegida vicepresidenta, nadie imaginaba que en menos de un año sería presidenta.
Al momento de su asunción, la Argentina estaba en un espiral de violencia: bombas, secuestros, grupos armados, todo lo que precedió a la última dictadura militar de 1976.
Los medios la ridiculizaban: que leía mal los discursos, que se dejaba manipular por los militares, que no estaba a la altura. La llamaban “bruja”, “títere”, “incapaz”, “loca”. Y aunque muchos varones presidentes fracasaron antes y después que ella, la única que terminó presa fue Isabelita —curioso cómo se repiten las historias, ¿no?.
A Isabel nunca la perdonaron por ser mujer. Ni siquiera importó que fuera la primer mujer presidenta del mundo. No la perdonaron y no por lo que hizo, sino por lo que no pudo hacer. Por no tener el carisma y la gracia de Evita, la fuerza de Perón o el talento político de otros.
Su busto ni siquiera aparece en la “Galería de los Bustos Presidenciales”, pero nadie tampoco parece preocuparse por eso.
Porque claro, a los hombres se les permite fracasar. A las mujeres no, jamás.
Y eso duele, porque aunque haya cometido errores —y seguro que lo hizo—, fue juzgada con una vara cruel, desigual y despiadada.
Cristina
Llegamos al presente.
Cristina Fernández de Kirchner es, sin dudas, la figura política femenina más potente de las últimas décadas en Argentina. No nació en Casa Rosada ni murió joven para volverse mito. Fue diputada, senadora, dos veces presidenta, vicepresidenta y odiada con una intensidad que no se explica sólo con la política. Y en caso de que quisieran menospreciarla por su profesión, ya no es actriz o bailarina —como si además eso tuviera algo de malo—, es abogada.
Pero si hay algo que nunca le perdonaron, es ser una mujer que nunca pidió permiso.
En 2007, luego de que su esposo Néstor la propusiera como “sucesora” —puesto que él había sido electo en 2003—, fue electa presidenta. La primera mujer argentina en llegar al sillón de Rivadavia por el voto popular. Ella no heredó el cargo, lo ganó. Y volvió a hacerlo en 2011. Sin “balotaje”, sin segunda vuelta.
Desde el primer día fue tratada como a una intrusa. Durante años, soportó burlas, insultos, portadas misóginas, ataques a su hija, a su vestimenta, a su tono de voz. Mientras ella lideraba, la política y los medios intentaban reducirla a una “viuda con poder”.
Porque cuando una mujer es fuerte, le dicen autoritaria. Cuando es decidida, le dicen soberbia. Y cuando no se calla, le dicen peligrosa.
Desde que dejó la presidencia en 2015, Cristina ha sido perseguida con causas judiciales. Algunas justificadas, otras no. Pero ninguna con la misma saña y cobertura mediática que las que han enfrentado varones políticos. Y ahora, una condena judicial que la inhabilita de por vida para ocupar cargos públicos. ¿Casualidad? ¿Justicia? ¿Venganza?
En 2022 intentaron asesinarla en la puerta de su casa. El gatillo no se disparó por centímetros, y aún así parte de la sociedad minimizó el atentado. Si le hubiera pasado a un presidente hombre el potencial asesino ya estaría preso.
Podrán estar de acuerdo o no con su gestión. Pero hay algo demasiado evidente en todo esto: a Cristina la odian porque representa lo que el patriarcado no tolera. Una mujer que lidera sin disculparse. Una mujer que no se quiebra en público, que no se arrodilla para agradar. Una mujer que incomoda porque no acepta quedarse escondida. Que quiere gritar. Que quiere poder.
Ella no tiene miedo de decir lo que piensa, y lo hace a veces hasta con sarcasmo, porque entiende que una de sus mayores fortalezas es nunca haberse doblegado a las decisiones de sus compañeros hombres.
Dicen que genera amor y odio, pero los varones también lo hacen, y nadie los llama “bruja”, “yegua” o “loca”. Eso no es política: es misoginia.



Evita murió joven, pero ni muerta la dejaron en paz. Isabelita fue presidenta, pero nunca libre. Cristina fue electa por millones, pero nunca perdonada.
Tres mujeres, tres épocas, tres estilos. Una sola condena: haber ocupado un lugar que, según muchos, no les correspondía.
La historia argentina no tolera a las mujeres poderosas. Las venera si son mártires, las soporta si son decorativas, pero las castiga si toman decisiones, si levantan la voz, si escriben su propio destino.
Todas pagaron un precio. Todas fueron violentadas. No siempre con balas. A veces con silencios. O con burlas. O con campañas mediáticas que no se atreven a disparar, pero sí a destruir.
Y es que cuando una mujer se acerca al poder, la historia tiembla. Porque el poder en manos de una mujer descoloca. Y no lo digo para justificar errores, o canonizarlas, o decir que las mujeres todo lo hacemos bien. Lo digo porque nuestros errores se convierten en escándalos eternos, y los de los hombres, en anécdotas políticas.
Argentina tiene una deuda con ellas, y no se paga con homenajes: se paga con memoria, justicia y verdad. Porque la violencia contra las mujeres en la política no es pasado. Es estructura. Y sigue viva.
Con cariño, Reni.
Aclaración: con este texto no pretendo politizar este espacio, no me interesa discutir sobre banderas ideológicas, no es eso. Estoy tratando de probar un punto, algo que hace rato me inquieta porque yo también soy mujer y me interesa la política, y deseo muy profundamente que más mujeres puedan involucrarse sin querer ser bajadas a la primera. Espero que haya quedado claro mi punto. Y obviamente, estoy abierta a leer sus comentarios y debatir, siempre desde el respeto.
Por otro lado, gracias a
por publicar el otro día una note diciendo que quería leer textos “picantes”, no sé si esto entrará en esa categoría, pero me ayudó a escribir una idea que hace rato quería, sin tapujos ni limitarme por lo que otros puedan pensar. Después de todo, para eso armé este blog.¡GRACIAS por llegar hasta acá! Si sentís que mis palabras resonaron con vos, te invito a suscribirte para no perderte lo que viene. También podés dejar un comentario o compartir: así ayudás a que mis palabras lleguen a las personas correctas 🫂 ✨ 💌
En general en cualquier cargo que los hombres consideren de “poder” o donde sean profesiones “fuertes” se rebaja y minimiza a la mujer. En derecho por ejemplo a las mujeres se les ve más para ramas de Derecho Familiar, mientras los hombres dominan más las ramas del Derecho penal por ejemplo que se considera más “ruda”, y cuando una mujer logra destacar en una rama así, se minimiza su esfuerzo, lo atribuyen mucho a que seguro se metió con alguien para lograrlo. La juzgan que probablemente nunca haga una familia por qué no tiene el tiempo, se le sexualiza demasiado, y si por algún motivo llega a perder un caso, se le critica y se le dice que debería ir a ramas del derecho más “fáciles”. Jamás escuché lo mismo hacia un hombre y eso que ellos pierden más casos. Es solo un ejemplo de cómo lo veo yo desde donde me rodeo en una carrera dominada por hombres.
Tu artículo refleja con contundencia un dato que siempre se quiere soslayar: la visión patriarcal del quehacer político. No tengo dudas de que el hecho de ser mujer despertó en su contra una saña despiadada e incomprensible. Añado que esa visión no es exclusiva de los hombres, suelen ser las mujeres las más duras críticas de sus congéneres . Un atavismo social que se va superando con esfuerzo pero que retoma su furia cuando una mujer se destaca en la política. Tu aporte me resulta esclarecedor. Te felicito.